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miércoles, diciembre 24, 2014

Navidad, me repito del 2006

JUEVES, DICIEMBRE 21, 2006

La alegría de la Pascua


Todos los sentimientos, todas las palabras, todos los raciocinios se dan cita en la Nochebuena.

Los padres de Jesús, María y José, se regocijaban por verlo venir al mundo, en medio de la pobreza y del frío, cuando unos magos de Oriente emprendían el camino, guiados por una estrella, y un Emperador esperaba los fríos resultados de un censo. En medio de la noche la sorpresa envolvió a los pastores, invitados al acontecimiento sublime por los mismos ángeles que cantaban la gloria de Dios y la paz para los hombres de buena voluntad. Más tarde, esos reyes que venían a adorar al Niño serían también la causa involuntaria de la ira de Herodes, quien, en su afán contra el Rey de los Judíos, sería asesino voluntario de los inocentes, pero causa involuntaria de los primeros mártires, testigos también involuntarios del Signo de Contradicción.
Todo es muy extraño porque la Historia Universal se concentra en Belén como en un fractal de la Humanidad creada, caída, herida, aplastada, redimida, ensalzada, repleta de gozo y de tristeza y de amor y de odio y de desconcierto y de luces sobrenaturales.
Nada hay más misterioso que la alegría de la Pascua.
En hebreo, pésaj significa paso. La fiesta del Paso del Señor conmemora la salida del Pueblo Escogido y su liberación del cautiverio de Egipto. En el libro del Éxodo se narra el terrible castigo de Dios para los opresores de su Pueblo. Es verdad que Dios castigó y continúa castigando a su propio Pueblo, de maneras incomprensibles para el espíritu humano; pero no es menos verdadero que Dios castiga a los enemigos de su Pueblo. En la primera Pascua, en Egipto, Dios ordenó a los suyos comer el Cordero “ceñidas vuestras cinturas, calzados vuestros pies, y el bastón en vuestra mano; y lo comeréis de prisa. Es Pascua de Yahveh” (Éxodo 12, 11). “Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto”, continúa el relato sagrado, “y heriré a todos los primogénitos del país de Egipto, desde los hombres hasta los ganados, y me tomaré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo, Yahveh” (Éxodo 12, 12). Los hijos de Israel debían untar con sangre sus puertas: “La sangre será vuestra señal en las casas donde moráis. Cuando yo vea la sangre pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora cuando yo hiera el país de Egipto. Éste será un día memorable para vosotros, y lo celebraréis como fiesta en honor de Yahveh de generación en generación” (Éxodo 12, 13-14)”.
Todos los judíos observantes celebraban y celebran ese paso de Dios por su Historia.
Jesús celebró su última Pascua visible con sus discípulos, la noche antes de padecer. Los cristianos celebramos la Pasión, Muerte y Resurrección del Mesías, como el Paso Definitivo del Señor por la Historia.
No es que olvidemos la otra Pascua, la del Pueblo Hebreo, sino que vemos la una incluida en la otra. La Sangre del Cordero sella las puertas de las casas por las que pasará el Señor con su bendición, mientras su misteriosa mano castigará a quienes no se cubran con esa sangre.
El misterio del Nacimiento del Cristo representa el primer Paso del Mesías en medio de su Pueblo. Un paso oculto, pobre, gozoso, entre ángeles y pastores, entre el desprecio de los hombres y el calor de los animales, con ese barrunto de la Pasión que fue, pocos meses después, la huida a Egipto. No es extraño, pues, que en algunas regiones de España y de América hablemos de la Pascua de Navidad, o también, en plural, de las Pascuas de Navidad, además de la Pascua de Resurrección.
Y nos deseamos una Feliz Pascua o felices pascuas. Porque en medio del misterio, del castigo de Dios, ha querido pasar su Hijo entre nosotros.
Todos los sentimientos se dan cita en esta Nochebuena. Si no fuera así, seríamos unas bestias.
¿O no se renueva el odio de los perseguidores? Basta oír los comentarios de los cínicos.
¿O acaso no se enciende de nuevo la ilusión de los niños, aun bajo la mirada desencantada de sus padres, tantas veces? ¡Y que nadie ose disipar el encanto de esa Nochebuena!
¿Y qué decir de la fe, y aun de la credulidad encantadora? Chesterton lo expresó con meridiana claridad para quienes puedan entenderlo: “Personalmente, por supuesto, yo creo en Santa Claus [en Chile decimos: el Viejito Pascuero]; pero es el tiempo del perdón, y yo perdonaré a los otros por no hacerlo”.
También aflora la amargura y el resentimiento en quienes parecen incapaces ya para siempre de alegrarse con la alegría de los demás. No, no es verdad, nadie está para siempre lejos del calor de la Pascua. Charles Dickens, en su conmovedora novela corta Canción de Navidad, nos enseña que a veces basta un sueño, un solo recuerdo, una mirada para deshelar un corazón endurecido por la avaricia y el escepticismo.
Todas las palabras, todos los raciocinios, se agolpan en la mente para intentar dar cuenta de este misterio de la Pascua. Porque o bien es un misterio cómo ha podido la credulidad humana arraigar algo tan profundamente en las almas, hasta el punto de que el árbol de Navidad más alto del mundo se ha construido en la pagana China, o bien es un misterio aún más inexpugnable cómo ha podido Dios hacerse hombre y dejarnos libres para escupirle en la cara.
La alegría de la Pascua es un misterio porque somos muchos los que nos alegramos, e invitamos a otros a alegrarse, y quisiéramos compartir el secreto de la alegría . . . ¡mas son tantos los que no se alegran!
Invito a enfocar la mirada en el Paso del Misterio, a fijarnos primero en lo pequeño y lo débil y lo despreciable, porque Nietzsche tenía razón: la nuestra es una moral de esclavos. Y luego, a mirar a lo alto, a lo lejano, al universo, porque el Legislador se hizo Esclavo y habitó entre nosotros.

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