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domingo, septiembre 22, 2013

Esclavas, feministas y esclavas

Abre los ojos. Un blog católico habla fuerte y claro, para quienes no lo quieran ver.


Jueves, 19 de septiembre de 2013

El Burka Ideológico

¿Cuál es la función del burka? Forzar a la mujer para que cumpla el rol que la sociedad le ha asignado. ¿Y cuál es esa función? La del sometimiento al hombre. Afinando más, la esclavización sexual. Puesto que en el Islam la mujer es “propiedad” (sobre todo sexualmente) exclusiva del hombre con quien se ha casado o ha sido casada, cuando sale de casa ha de estar preservada de las miradas de cualquier otro hombre, para que ni con la mirada y el deseo sea puesta en riesgo esa propiedad. He ahí la función del burka. Recordemos nuestro noveno mandamiento: “No desearás la mujer de tu prójimo”. El solo deseo pone en alto riesgo el orden establecido.

Lo esencial del burka es que marca ostensiblemente la condición de esclava sexual de la mujer musulmana. Es la ostentación de su servidumbre sexual: sin el menor rubor. En el régimen del burka sólo están libres de esa prenda las mujeres que no son de nadie o que son de todos. Ahí es evidentemente el hábito el que hace al monje. Vestidas así, no hay ocasión para la infidelidad: es decir para el asalto a la propiedad sexual de alguien. La imposición del burka fue la fórmula que arbitraron los talibanes (más ostentosamente en Afganistán, donde conquistaron el poder político) para asegurarse de que las mujeres se comportarían sexualmente como había decidido que se comportasen el poder político-religioso.

En nuestras latitudes tenemos también un poder político que se postula cada vez más como poder también religioso, empeñado en imponerles a las mujeres la conducta sexual que deben seguir. En este caso el mecanismo de imposición no es una prenda de vestir, sino una educación sexual.

¿Y cuál es el objetivo de esa educación sexual? Pues el mismo que el de los talibanes: conseguir que la mujer se comporte como una esclava sexual. La única diferencia es que en el caso de los islamistas, se piensa en una esclava sexual individual (de un solo hombre); mientras que en nuestro sistema educativo, se educa a la mujer para que sea esclava sexual genérica (aquí sí que “de género”), abierta por tanto a la colectivización.

Es que como nuestro sistema es básicamente ideológico (eso es lo que venden los partidos políticos, ideología: hoy, “de género”), el poder político (que además, previa  aniquilación de la religión ha ocupado el espacio del poder religioso) ha establecido una serie de dogmas sobre los que construir esa esclavitud sexual de la mujer.

Primer dogma: Fomento por todos los medios de la libertad sexual. Y puesto que la arcaica fidelidad coarta la libertad sexual, el Estado educa a las adolescentes inculcándoles la idea de que la fidelidad es enemiga de la libertad: de este modo prepara el terreno para la más generosa promiscuidad.

Segundo dogma: El amor es el peor enemigo de la libertad sexual. Por eso ha sido extirpada de la educación impartida por el Estado a las adolescentes, cualquier alusión al amor.

Tercer dogma: El bajo nivel de disponibilidad y de actividad sexual es síntoma evidente de una enfermedad gravísima, la frigidez, manifestación inequívoca de la ancestral represión sexual que sufrieron las mujeres y ha dejado huella. No se lo pierdan, es una “enfermedad de la conducta”. Señal inequívoca por tanto, de falta de libertad sexual de origen patológico, que debe ser tratada por tutoras, psicólogas, psiquiatras, psicoanalistas, internistas, sanadoras y lo que haga falta. Se trata de la peor enfermedad que puede padecer una mujer en la gloriosa era de la libertad sexual. ¿Qué tal?

Con estos tres monumentales y sacrosantos dogmas que imparte sobre todo el cuerpo de talibanas del sistema educativo (¿tan resabiadas las ha dejado la opresión sexual han sufrido?), y con las facilidades que pone a su alcance el sistema sanitario (consejeras sexuales para curar la frigidez, pastilla del día después y aborto a la carta) nuestras adolescentes no necesitan burka ni nada que se le parezca para cumplir con el rol sexual que les tiene asignado el sistema.

¿Y cuál es ese rol? ¡Pues ya ven! El mismísimo que tienen asignado en los regímenes talibanes las mujeres musulmanas: el de esclavas sexuales Pero con una diferencia de poca, poquísima significación a la hora de las valoraciones globales, y sobre todo a la hora de determinar qué gana y qué pierde la mujer en uno u otro régimen. Y es que en el régimen del burka indumentario, se le impone a la mujer la servidumbre sexual con respecto a un solo hombre; mientras que en el régimen del burka ideológico (el de los tres dogmas impartidos en la escuela en régimen de pensamiento único), se le impone igualmente a la mujer la servidumbre sexual; pero en lugar de hacerlo respecto a un solo hombre, esta servidumbre sexual es colectiva (nada nuevo bajo el sol), y distinto el estatus de la mujer: es toda la colectividad masculina la que se beneficia de esa educación que presiona tan fuertemente a la mujer en orden a la disponibilidad sexual. Ése es nuestro burka ideológico. Cierto es que entre los dos regímenes de esclavitud sexual deja mucha más escapatoria el régimen colectivo.

¡Y no me digan que no conlleva sacrificios para la mujer esa pesada vestimenta con que la inviste el sistema educativo! El desbarajuste emocional de un sexo diseñado para que no tenga más gratificación que la meramente sexual, es de enormes proporciones. Como diseño masculino, se entendería perfectamente; pero jamás como diseño femenino (que no es lo mismo que feminista). Especifico el valor con que uso los términos: femenino significa “propio de la mujer”; mientras que feminismo es “lo que se refiere a la politización e ideologización de la condición de mujer”, y feminista el que se atiene a esos enfoques.

Digo que esos sacrificios que se le imponen a la mujer, que alcanzan su punto álgido en el sacrificio del aborto, dolorosísimo tanto física como psíquicamente; esos sacrificios impuestos a la mujer en última instancia para optimizar su disponibilidad sexual, tienen sentido sólo si son fruto de un constructo social masculino inequívoca y ferozmente machista, destinado a incrementar su disponibilidad sexual hasta donde sea posible sin llegar a la violencia física.

He nombrado lo innombrable: la violencia física empleada para arrancarle a la mujer la prestación sexual. Pero es exactamente ahí donde estamos. El Estado está sumamente preocupado por la violencia sexual, siempre machista. ¿Ven con cuánta solicitud lleva la cuenta de los asesinatos “de género”, es decir sexuales?) Y sabe que ésta se produce por la presión desproporcionada de una demanda insatisfecha. El Estado providente, en aras de la paz social, hace todo lo que puede por reducir esta explosiva presión, enseñando a las mujeres a ser más obsequiosas con los hombres. Las educa para que compitan con éstos en demanda de sexo. Si se consiguiese ese desiderátum educativo, la violencia sexual desaparecería como por ensalmo: porque ya no serían los hombres los que corriesen tras las mujeres en demanda de sexo, sino éstas tras los hombres: los árboles corriendo tras los perros. En eso están.

Ya ven, el adoctrinamiento que antaño les transmitían las madres a las hijas previamente al matrimonio, ahora se lo transmite el Estado maternal a todas las adolescentes. Toda buena madre le explicaba a su hija que la paz de la casa se labraba en la cama. Que si la mujer no era capaz de tener contento y satisfecho al marido, los problemas no pararían de crecer hasta llegar a la violencia en el peor de los casos: a tomarse él por la fuerza lo que ella no le daba de grado; y sin que esta solución a la brava aportase apaciguamiento. Por eso, les razonaban las madres a las hijas, siendo el peor disparate construir la vida matrimonial sobre esas tensiones, lo mejor era prevenir y adelantarse a los deseos del marido. Y encima para ir a buscar fuera de casa lo que se le niega en casa. Pues ya ven, es lo mismo que hace hoy el Estado con todas las adolescentes. Sumamente preocupado por el gravísimo problema de la violencia sexual, ha decidido adoctrinarlas para que aporten lo mejor de sí mismas en la solución de este monstruoso problema.

El Estado sabe, como las madres de antaño, que el tono anímico de los ciudadanos varones será muy distinto según que estén satisfechos o insatisfechos sexualmente. Por eso mira por sus hombres y procura (a costa de reeducar para ese rol a la mujer) tenerlos lo más satisfechos sexualmente, y por tanto lo más sosegados y contentos posible. Pero eso sí, siempre a costa de sacrificar a las mujeres. Cambian las formas, pero no el fondo.

Todos los partidos políticos saben que las políticas encaminadas a ese gran objetivo devengan muchos votos. Incluso de las mujeres: porque éstas, la servidumbre sexual la tienen ya asumida y descontada. Saben que sólo tienen dos fórmulas: o el burka que les impone la servidumbre sexual bajo un solo hombre (de ése se cuidan las religiones), o el burka ideológico del pensamiento único bajo el epígrafe de “libertad sexual” (de este otro se cuida el Estado). Se trata del intensivo lavado de cerebro educativo que les impone la máxima actividad sexual posible para satisfacer en el mayor grado posible a los hombres de su entorno.

¿Y la libertad sexual de verdad? ¡Ah!, ¿pero es realmente posible la libertad sexual de la mujer? ¿Es compatible y puede coexistir con una auténtica libertad sexual del hombre? La solución, mañana. 

Virtelius Temerarius

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