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jueves, marzo 23, 2006

Unidos por la Justicia

Vivimos en un mundo lleno de escépticos, es decir, de gente que cree que su caso particular de desconocimiento de la verdad puede universalizarse.

No hay nada que una a los seres humanos en sus más íntimos anhelos, sus aspiraciones trascendentes. Todo eso se reduce a emanaciones de la materia, a enmascaramiento de intereses económicos, a soterrada voluntad de poder, a búsqueda inconsciente de gratificaciones sensuales.

Los interminables desacuerdos entre las grandes tradiciones religiosas y entre los pensadores más profundos de la humanidad demuestran, según estos desesperados de la verdad, que nada en común buscaban; si lo buscaban, no existía; si existía, jamás podrían conocerlo; si algunos, en sus delirios, algo conocieron, no han podido comunicarlo a los demás.

Poco hemos avanzado en esta materia desde el pobre Gorgias.

Y, con todo, a veces sucede algo que vuelve a suscitar la esperanza en una unidad más allá de los intereses primarios.

Un genocidio, por ejemplo.

El genocidio de los judíos, el Holocausto, la extrema anulación de la espontaneidad de millones de seres humanos por razón de su raza, para proceder enseguida a su aniquilación.

El genocidio de los armenios al despuntar el siglo genocida. Más cruel por más olvidado. Más imperdonable el silencio, en la medida en que tantos gritan por defender intereses menores.

Ante el genocidio, una bendición del Infierno para los hombres, hay que elegir: o escepticismo o verdad; o relativismo o justicia; o pura convención social, en la que no hay sino opiniones, o exigencias inalienables de todo ser humano por el solo hecho de ser humano.

Lo demás son piruetas.

Digan, pues, directamente ustedes: la diferencia entre Hitler y Ana Frank, ¿es solamente que ella tenía menos fuerza para respaldar sus opiniones?; y entre Stalin y Churchill, ¿solamente que uno perdió las siguientes elecciones y el otro se mantuvo en el poder hasta la muerte? Y entre un gobierno democrático, sometido a las leyes, y el totalitarismo, ¿hay acaso diferencias objetivas de valor, racionalmente demostrables?

Si no hay diferencias, si todo es poder y victoria o derrota, bien pueden guardarse sus lágrimas los beatos que defienden la democracia y los derechos humanos. No valen más sus preferencias políticas que el placer de un solo sádico erigido en tirano.

No vale más el placer de la humanidad entera que el mío propio, porque no hay argumento racional que me una a ellos para reconocer en ellos algo mejor o más o en sí mismo valioso.

Si la razón no vale para la verdad y para el bien, para la justicia natural que une a los hombres; si una sonrisa socarrona basta para desarmar toda manifestación de convicciones fuertes; si la mera pregunta “¿y quién decide lo que es bueno o malo?” demuestra que no hay forma objetiva de determinarlo; si, en último caso, nos tomamos el escepticismo en serio, y dejamos de lado esos escepticismos baratos, de ocasión, diseñados para ajustarse a los intereses del momento, entonces nada impide preferir la tortura sádica sistemática y los asesinatos masivos a la beneficencia para con los pobres, los hambrientos y los perseguidos.

Recientemente, gracias a Dios, otro hecho viene a demostrar la unidad de hombres de muy diversas convicciones bajo una pauta común de justicia natural.

Fabianus Tibo, Marianus Riwu y Dominggus da Silva son tres católicos indonesios condenados a muerte por un tribunal que, bajo presión de extremistas islámicos, los halló culpables de una masacre de musulmanes el año 2000.

El Papa Benedicto XVI envió a un delegado especial, Mons. Joseph Suwatan, para confortarlos ante la injusticia.

Hasta aquí bien podría pensarse que tal es la versión católica del problema; pero que los musulmanes tienen otra. Y, en definitiva, no hay verdadera verdad en el asunto. Solamente hay una verdad procesal, ya establecida por el tribunal competente. Y nada hay de mejor ni de peor en matar a un hombre, culpable o inocente, que todo da igual.

Mas, no. Al apoyo del Romano Pontífice a quienes proclaman desesperadamente su inocencia se han unido las voces de grupos musulmanes, de una asociación de abogados de diferentes confesiones, de una asociación protestante y de Amnistía Internacional.

Resucita la confianza en la unidad del género humano.

Sí: ya veo la sonrisa escéptica, desencantada, cínica, retorcida, agria o resentida. No una sola sonrisa, por cierto, en una sola persona; pero siempre la sonrisa del diablo que destruye la verdad, la fe en la razón, la esperanza en la armonía entre los hombres.

Yo, en cambio, creo que la injusticia particular puede despertar la fe dormida del hombre contemporáneo en la justicia en general. De un mal patente arranca Dios, que opera en las almas mediante la chispa de la razón y el fuego de la compasión más elemental, un bien igualmente claro: el retorno al sentido común, el brillo de la dignidad humana.

¿Y si los jueces musulmanes tenían la razón? Esto solamente podría demostrarse desde una posición no escéptica. No hay forma de evadir el dilema: o con la razón o contra ella.

Contra el escepticismo radical, escepticismo radical.

Ante el que pretende anular nuestras propias convicciones sobre lo justo, sin necesidad de convencer acerca de la verdad sino precisamente por negación de la verdad, solamente cabe oponer una negativa radical a considerar sus argumentos. ¿Por qué, en efecto, habríamos de considerarlos si, por principio, no tienen ningún valor?

El escepticismo, si no es radical, es incapacidad de pensar las cosas hasta el final; si es radical, no fundamenta el diálogo, sino la guerra.

¿Democracia? ¿Estado de Derecho? ¿Derechos humanos? ¿Compasión por los pobres, los enfermos y los niños? Nada: humo, retórica barata de tiempos antiguos, beatería política, resabios de cristianismo.

Hagan ustedes su opción.

Los invito a razonar, a confiar en la razón.
Los exhorto, al menos, a no permanecer en la tibieza del escepticismo civilizado de quienes viven como si la verdad existiera, y aun exigen que otros vivan como si las ataduras de una justicia eterna todavía estuvieran aquí, con nosotros, tibiamente protegiéndonos.

1 comentario:

  1. off-topic: te puedo pedir un artículo? Vi que habías tratado tangencialmente en Humanitas y a propósito del card. Newmann, la llamada teoría de las tres ramas. Podrías escribir algo sobre ella? Sería fantástico!

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