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jueves, noviembre 17, 2005

El Monstruo de la Quinta Vergara

Chilenos y chilenas, ¿queréis comprender el comportamiento errático de la población votante? ¿Queréis saber por qué, con tanta facilidad, los que querían “¡mano dura, Pinochet!”, se horrorizan ahora con los informes sobre derechos humanos? ¿Deseáis, por ventura, atisbar por qué tantos que amaban a Joaquín Lavín dicen ahora que jamás votarían por él?

Mi receta es simple y directa: pensar en los habitantes de Chile no como un pueblo, sino como una masa. Mas, ¿quién recuerda, a estas alturas, la distinción entre pueblo y masa?

El pueblo es el conjunto de los ciudadanos responsables y críticos, comprometidos con el bien común y dispuestos a obedecer en su servicio, pero también a criticar siempre que es útil y a resistir cuando resulta imprescindible. No había casi pueblo en Alemania cuando el totalitarismo se hizo con el poder. Había populacho, una sociedad civil pasiva y desarticulada. La masa es ese conjunto amorfo de individuos sin personalidad, fácilmente llevados de acá para allá por los vientos de la propaganda, incapaces tanto de obedecer conscientemente como de rebelarse contra la injusticia. La masa es presa fácil de movimientos de rebeldía irracional, disfrazados de resistencia reflexiva por los pequeños grupos que vienen a detonarlos. La masa está a la merced del poder y de sus instrumentos de manipulación, cada vez más eficaces.

Masa es en Chile lo que, quizás, fue pueblo. Solamente la división paritaria de las fuerzas ideológicas y la horrible experiencia de los totalitarismos del siglo XX impiden reincidir en un control total de la espontaneidad social; pero la sociedad civil sigue inerme ante el Estado, y le es muy difícil plantarse críticamente ante la dirección general de sus reformas políticas y sociales. De cualquier manera, mientras los discursos políticos sean tan monótonamente semejantes, la existencia de una masa aumenta la contingencia que de suyo tiene la realidad política. Un resfriado, un temblor de manos, una palabra inoportuna, una sonrisa falsa, un accidente en otro lugar del mundo, cualquier cosa puede cambiar el estado de ánimo de la masa y volcarlo en dirección contraria.

Sí, Joaquín Lavín era el seguro sucesor de Ricardo Lagos como Presidente de Chile, hasta mediados del 2004. Él recibía la mayoría de las menciones tanto de quienes decían que votarían por él como de quienes creían que él sería el próximo Presidente. Ahora, en cambio, por el momento, casi la mitad del país dice que por ningún motivo votará por él. Lo amaban y lo aplaudían; en pocos meses lo odian y lo abuchean. ¿Influyó el informe sobre la tortura? ¿Las calumnias de la señorita Bueno? ¿La complicidad de los partidos de derecha con los escándalos de corrupción en el gobierno? ¿Quién puede decirlo?

El caso es que ahora no le dan, a Lavín, ni la antorcha ni la gaviota, sino las pifias y las patadas, y que venga otro al baile.

Es un juego, ¿sabía usted? El Monstruo le está haciendo creer a una pobre mujer que será presidente de un país machista. Y quizás lo sea. O tal vez no. Nadie sabe cuándo ni cómo puede cambiar el viento favorable. En una de esas la masa no despierta del buen sueño hasta terminada la segunda vuelta, si acaso hay segunda vuelta, y se encuentra con que ha elegido, movida por una implacable y técnicamente perfecta máquina electoral, a quien no hubiera querido si el festival hubiese durado unas horas más. O, por el contrario, a última hora a los monstruitos les entra pánico, y no la eligen a ella.

De hecho, parece que el Monstruo comienza a bailar de nuevo. Joaquín Lavín y Sebastián Piñera, sumados, se llevan más antorchas que la Izquierda (Encuesta CEP, XI-2005). Un poco más de cuerda, un poco más de tiempo, un poco más de risa de la masa, y estos dos pasan a la segunda vuelta. O por lo menos uno de ellos gana en el desempate.

El Monstruo no sabe, por desgracia, que no es dueño de la situación. Él se cree estar a cargo, y que sus pifias y chillidos hacen y deshacen; pero no es así. Tras las bambalinas todo está diseñado; los directores del juego han previsto cada paso, han enmarcado los gritos del Monstruo en una escenografía adecuada. La masa solamente puede inclinar la balanza hacia un lado o hacia otro, y lo hará. Mientras tanto, ante el peligro de otro viraje a la derecha, el Presidente Lagos se verá obligado a salir a cantar.

Ricardo Lagos sabe que debe dejar una sucesora. Él tiene, en estos momentos, la popularidad que tenía el general Pinochet cuando llevaba la misma cantidad de años como Presidente (1978), que no le sirvió de nada con el correr del tiempo. Es que el Monstruo tiene mala memoria, y los jueces cambian, ¡cómo cambian! De manera que los casos judiciales que afectan a la Concertación, fácilmente enterrados ahora que es gobierno, serían un festín judicial si hubiera alternancia en el poder. Algunos de estos casos tocan personalmente al Presidente Lagos. Solamente una investigación acuciosa e independiente podría concluir que efectivamente le caben responsabilidades penales. Esa tarea judicial es imposible mientras él sea Jefe de Estado, y será muy difícil si es Presidente quien participó como Ministro en el actual período. Por eso, la única forma de conjurar este peligro —el atrevimiento de nuestros valientes magistrados, ocupados ahora en juzgar al régimen anterior—, es que Ricardo Lagos intervenga enérgicamente en la dirección del Monstruo.

Por la misma razón, un eje de la campaña final de la oposición ha de ser contrarrestar la injerencia electoral del gobierno, seduciendo al Monstruo con la idea de que puede demostrar su poder y cambiar el gobierno para que se esclarezcan los casos de corrupción. Al Monstruo hay que decirle: “no te equivoques, que te tiemble la mano antes de votar por una mujer desconocida, haz que no se siga encubriendo la corrupción”.

Sí, se ríe usted. Se ríe de mis sueños. Pero no se olvide del Monstruo.

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